Sexo después de tener hijos
(C) Love Matters | Rita Lino

Noticia para parejas: ¡hay sexo después de l@s niñ@s!

Tener un/a hij@ no tiene que ser la causa para poner fin a tu vida sexual, como pareja es importante que te des ese tiempesillo con tu pareja de un encuentro intimo

Fuente|  Escrito por Luisa Fernanda Toledo / colaboradora de la Revista Guatemalteca Nómada

Yo nací por ósmosis. O como extraterrestre que vino de una burbuja. No tengo evidencia vivencial de que mis papás hayan intercambiado fluidos. Nunca los ví ni siquiera darse un beso. Cuartos separados por la excusa de la nocturnidad de mi mamá y los ronquidos de mi papá solo me reafirmaban mis orígenes fuera del tradicional meneaíto horizontal.

Crecí con la sensación que el sexo era sucio. Estoy segura que no fui (más) promiscua por asquienta. Mi madre contaba que aprendió a leer a los 4 años mientras acompañaba a su papá inválido en casa y sus textos fueron los periódicos y los libros de medicina de su papá doctor en silla de ruedas. Las fotos de patologías y dibujos explícitos asesinaron cualquier impulso aventurero en mi madre, y el cadáver quedó tirado en la sección de enfermedades venéreas.

Además, mi padre no podía pasar al lado de una mujer sin verla de pies a cabeza y radiografiarle hasta la ropa interior.

Cuando me tocó romper las barreras de mi inocencia, esta dicotomía se me hizo un nudo. Por un lado ¡qué rico! Por el otro ¡qué asco!

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Hasta que en segundas experiencias me encontré con un niño de apenas un año mayor que yo, con igual de falta de vueltas que las mías, pero con el mismo entusiasmo y ganas de aprender. Siete años sin hablarnos, un divorcio, una declaratoria de nulidad y un matrimonio después, compartimos cama desde hace diez años y sigo queriendo comérmelo; cuando el cansancio lo permite, claro.

Mis hijos no nacieron por ósmosis.

Bendecidos con la dicha de un ritmo de fertilidad casi mecánico, pudimos decir “este día hacemos al niño” y se nos dio a la primera. Hasta les podría describir el atuendo (pero no). La gravidez del cuerpo solo sirvió para ponernos ingeniosos para casar piezas. Para mí, descubrirme deseada aún cuando mi figura ya no era la misma sigue siendo de los recuerdos que guardo como gemas.

Nace el niño luego de un dos-por-uno (12 horas de labor de parto e igual hubo que sacarlo por cesárea) y comienzan los 40 días de remodelación profunda en los que se recomienda no jugar. Todavía me miro en el espejo del baño, con un bebé de días, los pechos del tamaño de dos pelotas de básquet y un vientre desinflado. Lloré. Y lloré. Y me fajé. Cuarenta días después, cortamos el listón del renovado parque de diversiones (ahora con una división con chorros de alimentación que quedaban vedados a adultos) y nos lanzamos a redescubrirnos.

Saqué al visitante a la primera. ¡Qué dolor! ¿Por qué a nadie se le ocurre decirle a uno que esa vaina duele como una brasa ardiendo la primera vez? Es que parecía como si fuera otra vez la primera vez, pero con una primera vez basta y no quería volverlo a pasar. ¡Joder!

 

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Pero la calentura es mucha, mi doctor, que en paz descanse, me dijo:  “Una cremita de cortisona ayudó a pavimentar la entrada”. Lo que no me dieron fue una vida paralela.

Amamantar niño que comía cada cuatro horas, mañana, tarde y noche, hace que hasta un orgasmo pase a segundo plano. Eso, y el hecho de vivir tres meses en casa de mis suegros porque no nos entregaban la nuestra. Ni modo. De repente se alineaban los astros y por allí ejercíamos como podíamos.

Cuando ya el niño no dormía en nuestro cuarto, decidimos que sí queríamos una segunda. Y allí nos llevó la chingada. Tuve que guardar cama durante meses, y de aquello, nada. O sea. En cama. Todo el día. Y sin poder coger. La vida es cruel.

Además que mi pequeña salió bastante antes de lo que debía y requería cuidados especiales. De verdad creo que sí juntamos ombligos con mi marido más de alguna vez, pero no lo podría asegurar.

Ahora, cinco años más tarde de la segunda niña, que fue la última, con casi 40 años de vida encima, las ganas no se me quitan. Solo están más estructuradas. Tienen un horario: mientras los niños duermen (como aquello de “juguemos en el bosque mientras el lobo no está”).

El problema es que, cuando ellos descansan, yo también quiero hacerlo. Eso de no dormir 8 horas me está sacando arrugas. Y me preocupa en extremo el hecho que, dentro de unos años, no los voy a poder mandar a dormir antes de las 7. ¿A qué hora vamos a poder jugar al capirucho con el hombre?

Supongo que conforme vayan creciendo, mis hijos aprenderán que sus papás sí se quieren y se llevan ganas y se acarician y besan y mojan y exploran.

No quiero que lo descubran (no quiero mantener a un psiquiatra), pero sí que lo sepan y que eso les dé una sensación de bienestar general.

El sexo es algo íntimo, nadie tiene que conocer los detalles. Pero dista muchísimo de ser algo vergonzoso. Eso se traduce a que no me veo para nada agarrándome a mi marido durante el desayuno enfrente de mis pre-pubertos, pero sí un besito de vez en cuando (o una agarrada de nalga dado que el hombre tiene un trasero de los dioses).

Por nuestra parte tendremos que ajustarnos a otros horarios, poner aislantes sonoros en el cuarto, cerrar con llave, enmotelarnos (tal vez en el OMNI dan tarjeta de cliente frecuente) y aprender a decirle a mis hijos: “Mucháchos, necesitamos un momento”. Ellos son inteligentes, ya entenderán. La ósmosis ha de doler y las burbujas dan alergia. Y yo soy única e irrepetible.

¿Cuál es tu táctica para poder tener tus encuentros cachondos con tu pareja? Pasa algunos tips aquí en el Foro de Hablemos de Sexo y Amor.

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