Feminismo para hombres
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Feminismo para hombres en los tiempos del #MeToo

Comienzo estas líneas con una confesión: creo que soy feminista, pero no sé si sea feminista

Lo digo con absoluto convencimiento, sin pudor ni orgullo. Y no pienso que sea algo negativo. Me explico.

Soy hijo único, pero crecí en una familia extendida donde las mujeres llevaban la voz cantante. Desde mi abuela, que mantuvo a 10 hijos sin más capital que sus dos manos, hasta mi madre, que luchó por tener una carrera profesional cuando nadie esperaba siquiera que saliera del pueblito donde creció.

Las mujeres en mi vida siempre han sido fuerza y cariño, ejemplo y apoyo cuando más las necesité. Aprendí a respetarlas, a admirarlas, a quererlas. No por su género, sino por su gran corazón. Cada una de ellas, a su modo, reivindicaba cualidades valiosas en un mundo que no necesariamente las tomaba en cuenta como debería.

Y sin embargo, para mi sorpresa, descubrí que muchas de ellas también eran mujeres violentadas.

A veces, ellas mismas habían violentado a otras mujeres. Con el tiempo, supe que yo mismo ejercí violencia contra personas del sexo opuesto. Entendí también que algunas de ellas, a su vez, me habían violentado. 

La revelación me aturdió. No sabía si era el malo de la película o la víctima de una ironía macabra. Eventualmente comprendí que ni uno ni la otra: soy una persona, con áreas grises, cualidades y matices. Como mi abuela, como mi madre, como todo el mundo.

Después de mucho pensarlo, llegué a la conclusión de que la violencia es como la hierba mala que crece en el jardín del corazón de las personas: hay que estar pendientes para arrancarla de raíz en cuanto se asoma, porque si no todo se pudre. Y nadie está exento.

La explosión del movimiento #MeToo en México me devolvió a la confusión.

Como periodista, asistí en primera fila al desfile de nombres y denuncias que involucraban a mis colegas, varios de ellos conocidos y ex compañeros de trabajo. Algunos me sorprendieron, otros confirmaron lo que ya había escuchado en los pasillos de las redacciones sin que nadie hiciera nada al respecto.

Asistí también a la batalla campal que el tema provocó en redes sociales. A las descalificaciones entre compañeras que discutían los matices de su feminismo, a la necedad de compañeros incapaces de reconocer sus privilegios como hombres y al maniqueísmo del ‘estás conmigo o contra mí’.

Al principio no supe qué pensar. El asunto me aturdió. Me queda claro que nuestras dinámicas de convivencia están rebasadas y que necesitamos generar nuevas reglas para respetarnos como hombres y mujeres, como personas, a partir de la empatía, pero no estoy de acuerdo con la idea de reducir el conflicto a una lucha entre ángeles y demonios. Hay otros componentes, cosas más relevantes por discutir.

Más allá de lo sexual, opino que una parte importante del conflicto se relaciona con la imagen distorsionada de la realidad que alimentamos en redes sociales:

Es mucho más espectacular ver caer a quien se presenta como paladín de la justicia, poeta y luchador social que a personas comunes y corrientes, con sus más y sus menos.

Pero eso es lo que somos, aunque nuestros perfiles de tuiter digan lo contrario. Entenderlo es el primer paso para terminar con el odio que alimenta la hoguera de la violencia de género.

De momento sigo confundido, pero considero que eso es algo positivo. Porque la confusión engendra curiosidad, y de la curiosidad nace el conocimiento. Y quiero aprender.

Sé que puedo equivocarme por el camino, pero no dejaré de intentarlo. No sé si eso me convierta en feminista, pero me gusta pensar que me hace un ser humano decente. Y eso es lo mínimo que puedo ser para honrar a las mujeres en mi vida.

¿Alguna vez te has preguntado cuál es tu postura sobre al movimiento #MeToo? Si tienes alguna pregunta escríbela en el foro.

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