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Si yo fuera prostituto

Hay ciertas profesiones que me están, biológicamente, prohibidas, pero no se necesita nacer con vagina para dedicarse al trabajo sexual.

Aunque me da curiosidad saber qué se siente, no puedo trabajar como vientre de alquiler o donador de leche materna, pero sí podría ser puto.

Podría ser gigoló, aunque falta un buen nombre para esas andanzas nocturnas, algo de cuero en mi vestidor y la actitud (sí, colegas, todavía me falta). Total, muchísimos hombres se dedican en el mundo entero al trabajo sexual, desde strippers hasta actores porno. ¿Qué dirá mi profesora de periodismo televisivo cuando le cuente de mi trabajo?

Debe ser un empleo cabrón. Para comenzar, no es el trabajo ideal: dudo que haya gente que en su ensayo de cuarto grado escriba que desea vender su cuerpo a 30 dólares por sesión. Los caminos para llegar ahí, generalmente, pasan de una educación insuficiente para otra cosa, los centavos que no alcanzan, la comida que empieza a parecer espejismo. Después, alguien te paga un puño de billetes por un polvo. ¿Qué tal?

O peor, llegaste por la trata. Te robaron en el sur de México y acabaste en un prostíbulo de Atlanta. La periodista Lydia Cacho ha escrito muchísimo de esto.

¿Cómo habría llegado yo a la profesión? ¿Me habrá seducido una rubia tremenda que me drogó para raptarme? ¿Di mis primeros pasos hacia la esquina del pueblo a ver si algún auto se detenía? ¿O soy parte de esa cofradía secreta que cobra miles de dólares por hora?

Si yo fuera puto, sin importar cómo llegué, me gustaría que alguien se interese por mí. Estoy convencido que, siendo prostituto o no, igual sería un buen tipo. Con suerte tendría uno o dos hijos y les llevaría chocolates con almendras y balones de fútbol.

Pero si me trataran como ahora tratan a las personas metidas en el trabajo sexual, ¡qué amargado me sentiría!

El Estado no me reconocería como un trabajador estable en términos de seguridad social o cotizar para pensión. Tal vez me pedirían impuestos por ingresos, pero no creo. Cada vez que llegara a un hospital y me preguntaran: ‘¿ocupación?’ y yo respondiera: “prostituto”, me correrían. Los policías se la pasarían persiguiéndome de calle a calle.

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Si llegara a una estación policial a denunciar una violación, tal vez hasta me dirían que me lo estaba buscando, por la profesión que elegí. Qué desgracia. No basta con tener una ocupación complicada, también me cae la desidia estatal.

Habría que ver qué cambiaría de esto si la mayoría de las personas en trabajo sexual fueran hombres.

¿Que si estoy conectando las malas condiciones laborales de la prostitución con el machismo y la misoginia? Sí, se lo firmo cualquier día de la vida. También subo al podio al fanatismo religioso y al conservadurismo. Una tríada olímpica.

Si yo fuera puto, después de unas semanas me habría hartado. No por la jornada en sí, aunque debe ser extenuante tener sexo durante varias horas al día con tipas que ni te quieren, pero trabajo físico también los agricultores, sino por el maltrato, el señalamiento. Los miles de dedos que me apuntarían.

Si fuera puto, buscaría un nuevo trabajo al mes de haber empezado. Pero ahora a ver, ¿quién le va a dar trabajo a un ex-prostituto?

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