Fotografía_Mujer molesta tapándose los oídos tras ruido
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El sexo de los vecinos

Hay que alegrarse por el prójimo que está teniendo una noche amena pero, ¿qué carajos hacemos si el vecino empieza a sonar como película porno?

Unas noches atrás, intentaba dormir cuando escuché que de la pared de al lado sonaba un choque de espadas, los aullidos de tipos al morir y gritos militares.

Era, claramente, alguien viendo Game of Thrones (una serie que si no han iniciado, deberían) a una hora en que yo intentaba dormir. Esperé un rato y después decidí abrir mi puerta, tocar la suya y pedirle a al chica que le bajara un poco el volumen. “¡Claro!”, me contestó ella. Dormí tranquilo.

Esta no es una historia extraña, pero si al lado hubiera sido el grito ocasional de alguien teniendo sexo, la gente no vería con tan buenos ojos que yo tocara la puerta y solicitara, con o sin razón, silencio para este lado del mundo.

El problema viene de fondo, creo yo. Cada sonido va acorde con su espacio. En la iglesia se espera que haya silencio; en cambio, una discoteca muda sería un fracaso. Las escuelas tienen un nivel tolerado de ruido, lo mismo los estadios de fútbol; no pasa así con los partidos de golf o tenis mientras los jugadores están haciendo lo suyo. El ruido se vale, o no, dependiendo de para qué es el lugar.

Ahora, ¿para qué es un cuarto? Su función más obvia es dormir, pero también está el tener relaciones sexuales. Okey, alto aquí, podrían decirme, es para descansar y nada, incluso por eso se llama dormitorio. Bueno, creo que hay algo más. Si no aquí, ¿dónde es el hábitat adecuado para el sexo? En nuestra historia occidental moderna (desconozco la historia universal del sexo) el lugar natural donde se encuentra espacio para hacer el amor es la cama. Nada que hacerle.

Eso genera un problema: dormir requiere silencio, las relaciones sexuales usualmente generan ruido y en ciertos lugares (dormitorios estudiantiles, por ejemplo, o casas compartidas de jóvenes profesionales) hay cuartos muy cerca el uno del otro. Inevitablemente, habrá choque entre necesidad de calma y aaaaaaaaahhhhhhhh. Ustedes entienden.

Ahora, el punto inicial. ¿Qué carajos hacemos si el vecino empieza a sonar como película porno de los setentas? Bueno, primero, alegrarse por el prójimo que está teniendo una noche amena. Una alegría compartida es doble, dice la sabiduría popular en mi tierra. Pero ya habrá momento para eso. Ahora estamos acongojados en el cuarto de al lado sin saber qué hacer.

Primero, un rayo de esperanza. El coito promedio no es muy largo. Un sondeo realizado en Canadá y Estados Unidos en 2008 mostró que entre 7 y 13 minutos era considerado adecuado. Muchos duran menos. Todos hemos superado diez minutos de conversaciones incómodas, clases aburridas o mala música. Piense en esto como aquella vez que la primita de su novia insistió en cantar dos piezas de Cher en el karaoke familiar y usted, en primera fila, tuvo que aplaudir como foca al terminar. Se puede resistir.

Ahora, si empieza a ser un capítulo recurrente, se pueden buscar técnicas de guerrilla. Las primeras son fáciles: hablar en voz alta desde tu cuarto a tempranas horas de la noche para evidenciar la porosidad de la pared o poner música a todo volumen con el mismo fin. Esto antes del sexo, claro, porque todavía aspiramos al tacto. La reincidencia deja otra alternativa: tragicomedia. Después del sexo vecinal, cuando A o B lleguen a su debido orgasmo (te lo pedimos Señor) se puede recurrir al viejo truco del aplauso. Ellos terminan, uno empieza a aplaudir, y la audiencia espera que el elenco comprenda que esta ovación no es para pedir una segunda salida. Puede ser de mal gusto, pero deja claro el mensaje.

Si después de todo esto el episodio se mantiene, la esperanza está perdida en una solución tangencial y es importante hablar con los camaradas vecinos. cara a cara Lo ideal, claro está, es esperar hasta la mañana siguiente: hombre, esto no puede seguir así. Háganlo temprano o busquen un espacio donde no molesten al pobre cristiano que mañana entra a trabajar a las 7:30 a.m. Hágalo por caridad.

Ultimadamente, si todo falla, alce el teléfono, llame a su amigo o amiga nocturna favorita y aplique el viejo consejo de mi entrenador de fútbol, luego de que alguno de nuestro equipo recibiera una patada del contrario: “Haga lo mismo y no llore”.

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