Vamos a un Motel
Carl Nenzen Loven

¿Y si nos vamos a un motel?

“Cada ciudad que se respete debe ofrecer a las parejas enamoradas un motel donde refugiarse por la noche”, comenta Diego Arguedas, de Hablemos de Sexo y Amor.

El bloguero y periodista centroamericano investiga, entre otros temas sociales, cuestiones de alcoba juvenil y relaciones para la web Hablemos de Sexo y Amor.

“La primera vez que entré a un motel estaba en un carro con mi novia y otras tres personas más. Eran pasadas las tres de la mañana y regresábamos de una fiesta tremenda, con el único sobrio al volante y nosotros atrás, riendo que daba gusto. Nada bueno pasa a esa hora, les habrá dicho alguna de sus abuelas, la misma que condenó los moteles como refugio del demonio. Qué pena decirles que fueron engañados: es la mejor parte del día.

En Costa Rica —tal como sucede en otros países de aquí y de allá— tenemos una nueva adición al ecosistema: junto al cementerio, la iglesia y la secundaria, cada ciudad que se respete debe ofrecer a las parejas enamoradas un motel donde refugiarse por la noche y consumar lo que haya de ser consumado. Atentos, alcaldes del mundo.

En búsqueda de intimidad

Vivimos tan apilados unos con otros y, como señala un estudio realizado en Nicaragua,  en “condiciones de hacinamiento que limitan las posibilidades de las parejas de tener relaciones sexuales en privado” (el mismo estudio determinó que ofrecer condones en las habitaciones de los moteles aumenta su uso) que parece justo el nacimiento de estos santuarios. Los moteles se han convertido en el salvavidas de muchas parejas jóvenes en el mundo entero.

Una bloguera coterránea mía incluso han hecho un listado (en dos partes, aquí y aquí) de cuáles establecimientos visitar en mi país, con precios que van desde los $15 hasta los $45 por la noche y lujos desde el fundamental jacuzzi hasta la silla para posiciones. Otra colega enlistó cómo debe uno comportarse en un motel (ojo que el precio aumenta si van más de dos personas).

Soluciones prácticas

En una sociedad con espacio para todo (hay salones que existen solo para cortarse el pelo, bodegas enormes donde reparan refrigeradoras y discretos antros para coleccionistas de billetes)

sería el colmo que no hubiera un espacio reservado para el sexo.

¿Para qué sirven? Son un refugio para cuando el asiento trasero del automóvil se hace demasiado chico, la cama individual no soporta los dos cuerpos o simplemente no hay hacia donde huir. Muchos jóvenes de mi edad todavía compartimos techo y desayuno con nuestros padres y bueno, ya ustedes entienden. Con algunas parejas se comparte el café en la casa paterna, con otras mejor no.

Además, estos establecimientos han solventado con estilo el problema del tabú occidental que supone el sexo. Los empresarios moteleros, grandes amigos de la discreción, además de proveer de lo necesario como preservativos o juguetes sexuales, aprendieron el arte del camuflaje urbano: el cliente de sus establecimientos no cruza mirada alguna con empleados, paga a través de una cajita y ejerce soberanía absoluta sobre la habitación mientras la ocupe.

El principio es el mismo

Cada quien lo maneja como quiere. Los chilenos, al parecer, prefieren aprovechar las horas laborales para visitar los moteles, según un reporte del portal de citas AshleyMadison.com. Otros usan anteojos oscuros, entran en taxis o caminan a distancia, para evitar las mirada indiscretas. Todo vale en la guerra y el amor.

Es bueno saber que estos son establecimientos confiables: uno puede estar seguro que cuando haya ganas (y dinero) siempre habrá una habitación lista para recibir a una pareja joven. También habla sobre nuestra sociedad: los moteles permanecen más tiempo abiertos que las bibliotecas, los restaurantes de comida rápida o los talleres mecánicos. Así de sencillo. Que quien quiera entender, entienda.

Volviendo al caso en cuestión, a nuestra visita grupal al motel, no deben de juzgarnos de orgiásticos: camino a casa encontramos la entrada del motel y allí entró nuestro automóvil con los cinco ocupantes. Dimos una vuelta por las calles apenas iluminadas, la mayoría de los estacionamientos cerrados y con ocupantes adentro, hasta regresar por la misma calle hasta la salida. Ninguno puso pie esa noche en el motel y aunque transitamos lento, nada pudimos ver o escuchar de adentro”.

¿Y ustedes cómo describirían los moteles en su país? ¿Son una solución para buscar intimidad con sus parejas? Pueden comentar aquí abajo o en nuestro Facebook

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