Relaciones interculturales
Una de las cosas que más me llamó la atención cuando llegué a Ámsterdam es la gran cantidad de parejas interraciales que caminan por ahí.
Árabes con negros, blancos con chinas, latinos e indias… Todo un ábaco de genes para poner a Mendel a jugar como un niño.
Me pregunté cómo funcionarían esas parejas exactamente. Aún en Holanda, que es una sociedad bastante tolerante, ¿sus diferencias culturales son un elemento exótico o de conflicto?
Todos los expertos psicólogos, sociólogos y revistas para mujeres coinciden: la flexibilidad.
En toda relación recomiendan respeto y capacidad de negociación y, en ese sentido, la rigidez puede ser un problema o un detonante para la separación. ¡No me digas! Bueno, dicho de esa manera, se debería aplicar a todas las parejas, ¿no? Por favor, pongámonos serios y vayamos a los obstáculos particulares que debe afrontar una pareja interracial.
Bueno, es obvio que las diferencias pueden ir desde ‘desayuno sopa’ hasta ‘ésta es Abbir y será mi segunda esposa’. Según los expertos, los retos (no obstáculos), de una pareja interracial son: el choque cultural (la dificultad de una persona para adaptarse a su nuevo país de residencia), las presiones familiares, los prejuicios sociales, complicaciones para residir legalmente en el país, dificultades para insertarse en el mercado laboral o diferencias económicas.
La sociedad apesta. Por ejemplo, los judíos ortodoxos no permiten los matrimonios mixtos porque, para ellos, el alma judía es superior y solo se transmite a través de la mujer. Lo que significa que si una mujer judía se casa con un no-judío, ella y sus hijos tendrán un alma superior al del hombre y, si un judío se casa con una mujer no-judía, él tendrá un alma superior a ella y su descendencia.
¿Qué? ¿Cómo superas eso, respeto y capacidad de negociación?
Es que ahí, el problema no es el amor, es que no nos damos cuenta que, como sociedad, deberíamos abrazar estas uniones porque ¡mejoran nuestros genes!
Si me casara con un sudafricano mi hijo podría hacer un drama de cualquier cosa y correr como un guepardo; así no perdería el tren, como cada mañana hace su genéticamente limitada madre.
Para mí uno de los grandes problemas a resolver es dónde vivir: ‘¿en tu país o en el mío… y si buscamos un lugar neutral? Si vivimos en tu país, que quede claro que gastaré una gran parte de nuestros ingresos visitando el mío’.
– Pero vamos a ver, yo tengo que ver a mi familia. Aquí vivimos con la tuya y bastante que me tengo que acoplar a tus sobrinitos latosos.
– Sí, pero entiende que gastarnos tres mil euros todos los años para ir al mismo lugar cuando podríamos visitar otros y conocer mundo.
– Muy bien, ¿qué te parece si cada cinco años cambiamos de residencia y eres tú el que se pasa un tiempo en otro país sin ver a los tuyos? ¿Es lo justo no? Un tiempo aquí y otro allí…
– Eso no tiene sentido, ¿y nuestras carreras? ¿Vamos a estar cambiando de trabajo todo el rato, sin ningunas posibilidades de prosperar? ¿Y los niños? ¡Necesitarán un lugar estable donde crecer!
– Muy bien, entonces nos mudamos a otro lugar neutral.
Eso sí, por nada del mundo hay que hacer reproches culturales cuando tienes una pareja de otro país, por ejemplo, ‘¿quieres cenar arroz todos los días? ¡Chino tenías que ser!’.
Todas las parejas discuten por la cena, por dinero, por la familia y por las vergüenzas históricas de su sociedad.
En realidad, tener una pareja de otro país o raza realmente no requiere más esfuerzo del normal, porque con las ‘peculiaridades’ de nuestra pareja hay que vivir siempre, ya sea cultura o psicosis.
¿Por qué casarte con un mexicano va a ser peor que un maniático de la limpieza? La diferencia es que no tiene toda una sociedad detrás ‘legitimando’ su práctica: ‘No mira, hay que limpiar la casa tres veces al día, porque todo mi pueblo lo hace’.
No es que sean más complejas, es que son complejas a otro nivel. Lo importante es aprender a comunicarse; sobre todo si hablan lenguas distintas…
