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Cuando el instinto va de compras

Superada la vergüenza que sentí al entrar a una sex shop por primera vez, me dediqué a explorar. El pasillo no era largo, pero de los colores brillantes de los vibradores pasamos al negro de los objetos de sadomasquismo. La realidad superaba toda ficción.

Máscaras, esposas, látigos, plugs anales, anillos para el pene, fustas de cadenas y de cuero…

Y hasta un kit con los objetos utilizados en la trilogía 50 Sombras de Grey. Los miré con curiosidad, al tiempo que trataba de entender para qué era cada cosa y por qué la mujer de la foto parecía tan feliz con una mordaza en la boca.

Para qué voy a mentir. En ese momento, me sentí muy conservadora.

Y eso que lo realmente sorprendente, aún no aparecía. Estaba en la pared del fondo, oculto tras el follaje y los disfraces de enfermera y policía sexy.

Agazapada, despeinada y desnuda estaba yo misma, con los brazos esposados, un látigo en la mano y todos los accesorios y juguetes sexuales que había visto antes. Esta otra yo no tenía un trabajo, ni moral, ni familia, ni una sociedad ante la cual responder; era puro instinto animal. Con ojos profundos y desencajados me miró,

– Oh, la señorita digna ha llegado. ¿Qué tal? ¿Sorprendida de verme?

– Pues la verdad es que sí. ¿En serio es esto lo que te gusta?

– No lo sé, dímelo tú.

Soltó una carcajada. Esta bestia con mi cara se reía de mi indecisión.

– No te preocupes bonita, solo soy una parte de ti. Sigue viviendo esa vida de dignidad y prejuicios que tienes y cuando quieras divertirte, llámame.

Y es que la industria del sexo, con sus fotos vulgares, los colores chillones y esas formas violentas tienen la capacidad de llamar al instinto más bajo y básico del ser humano. Como dos animales que se montan en un charco de barro, podemos olvidar todo decoro y todas las cosas que nos hacen respetables.


En una sex shop no cabe la buena educación. Luego de esa pasarela de perversión, te preguntas ‘si le gusta a otras personas, ¿por qué no me gustaría a mí?

A lo mejor estoy tan solo haciéndome la decente y mis perversiones van tan lejos como las suyas, pero ellos son más valientes y sinceros que yo como para aceptarlas’. 

Queda, entonces, encontrar a alguien que no se asuste y quiera dar de comer y acariciar a mi pequeña loba interior. Me habría gustado preguntar a la chica del traje de cuero, esposas y fusta si a ella le costaba que la aceptaran sus parejas y cuándo se mostraría tal cual. Aunque era yo quien tenía esa respuesta.

Bueno, lo que por ahora sí tengo claro es que solo voy a dejar que alguien me ponga un arnés de caballo en la espalda cuando le tenga mucha confianza.

A fin de cuentas, ¿por qué debe ser suave el amor?

Cuando salí a la calle me pregunté cuándo volvería a ver a mi alter ego pervertido y si, para entonces, ya estaría lista para encontrar y aceptar cuál de todos los objetos depravados que vi tendría que comprar la próxima vez. Total, el amor también me ha dado mis dosis de dolor y siempre he vuelto a por más.

Lee también De cuando me animé a entrar a una sex shop.



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Recent Comments (1)

  1. De loba a loba
    Un espejo no me lo hubiera explicado mejor ni, desde luego, tan sugerentemente. Un apunte, de loba a loba: a veces no hace falta confianza para soltar a esa fiera. Quizás dejarla suelta es lo que fomenta la confianza… Discusión tan personal e íntima como la sexualidad de cada una 🙂
    Gracias por tu dosis literaria.

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