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Mi vulva y yo

By Gabriela on 11 marzo, 20135 agosto, 2022

Mucho se dice sobre el miembro masculino: que si el tamaño, la dureza o el grosor… Sin embargo, poco hablamos de las señoras vulvas.

En realidad, hay grandes diferencias entre los penes y las vulvas, independientemente de tamaños, formas y colores.

Al pene le encanta llamar la atención, saluda a su dueño por las mañanas y se presenta sin que nadie le llame. La vulva es más tímida, sus amas tenemos que retorcernos, rebuscar e invitarlas a tomar el té para que aparezcan.

Por supuesto, esto tiene ventajas para nosotras. Podemos disimular los efectos de la excitación, pues aunque nos empapemos, nadie nota que nuestra ropa íntima escurre; sin embargo los hombres, estén donde estén, no pueden disimular cuando su amigo se emociona.

Cuando tenía 16 años me quedé a dormir en casa de una amiga y me recomendó, con carácter urgente, que me revisara mis partes con un espejito. Tardé algún tiempo en hacerlo, sinceramente, tenía miedo de ver qué me iba a encontrar ahí abajo.

¿Y si mi vulva es fea, qué quedaría por hacer si no me gustara?

Creo que, como ha pasado a muchas jóvenes, mi imagen de una vulva venía demasiado distorsionada por las habladurías, los medios e incluso las películas porno. Es probable que casi todas las preadolescentes tengamos una noche una fiesta de pijamas en casa de una amiga y se termine viendo una película erótica, que además sea el primer contacto con una penetración. Porque, claro, te pueden contar con todo detalle qué pasa cuando el pene se introduce en una vagina, pero hasta que no lo ves…

Esto no es malo per se, el problema es que los genitales, tanto masculinos como femeninos, de las películas porno están un poco distorsionados. Los penes son enormes y las vulvas simétricas, todo genital está depilado. No sé si es bello y estético u horrible y asqueroso.

Ya me la habían visto mi médico y mi dermatóloga, tenía que verla yo antes de que empezara a llegar público masculino.

Más que nada para poder hacer las presentaciones apropiadamente. Así que esperé a tener una tarde tranquila y estar muy relajada. Ya me había mentalizado para que no me gustara, estaba lista. Me senté en la cama, abrí las piernas, respiré hondo, abrí los ojos y apunté bien el espejo.

Fue extraño ver, por primera vez, algo que llevaba ahí toda la vida, como si de pronto descubriera propia nariz.

Sinceramente, no era lo que me esperaba. No tenía dientes, ni colores raros, ni le salía nada. De hecho, puede que estuviera hasta asustada y expectante por conocerme también. No fue un momento traumático en absoluto y, al final, resultó ser simpática.

¿Por qué estaba tan asustada? Es mi propio cuerpo, debería ser capaz de mirarme y tocarme con toda naturalidad.

Pero es que supongo que hay dos tipos de mujeres: las que respiran hondo para mirarse sus partes y las que se pasean desnudas por toda la habitación y se tocan desde los 11 años. Éstas últimas pueden comer sin engordar, tienen un pelo sedoso, saben flirtear y el maquillaje les dura todo el día. Se sienten seguras de sí mismas y de su feminidad.

Creo que las mujeres deberíamos tener una relación más estrecha con nuestros genitales, más allá de las reuniones para la depilación y las noches de diversión. Si nos ponemos crema en las manos, mascarillas en el pelo y lociones en la cara, ¿por qué olvidarnos de nuestra única y hermosa vulva?