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Por si participas en un certamen de belleza
Los concursos de belleza, recordé la semana pasada, sirven para recordarnos que somos una sociedad demasiado preocupada por la forma.
Aceptémoslo. Los latinoamericanos tenemos un poderío mundial en ciertas áreas fundamentales en una sociedad. Por ejemplo, somos campeones en formación de genios futbolísticos y novelistas impredecibles, en fiestas comunales con aguardiente y chicha y tenemos un innegable protagonismo mundial en inequidad a la hora de distribuir la riqueza. Pero pocos distinguen tanto la región como su imperial presencia en los concurso internacionales de belleza.
No por nada la semana pasada me fui a ver Miss Costa Rica, en compañía de una chica que había recorrido, tiempo atrás, las pasarelas de estos concursos. No es que mi país no es una potencia mundial en certámenes de belleza, pero tampoco nos va mal. Hace un par de años la representante tica quedó entre las últimas finalistas y en casa fue aplaudida. A ella fueron las buenas vibras de una parte del país por unas horas. Entre solo 4,5 millones de habitantes, logramos marcar la cancha.
Y es ese verbo, logramos esa conjugación en plural que me pone a pensar. ¿Qué significan realmente los concursos de belleza? ¿Para qué nos sirven y qué dicen de un pueblo?
Los concursos de belleza, recordé la semana pasada, sirven para recordarnos que somos una sociedad demasiado preocupada por la forma. Eso no es necesariamente malo. García Márquez cree en la forma, lo mismo Diego Rivera o César Vallejo. Es más, creo que la forma es determinante: un Presidente en pantaloncillos o un parque natural en mal estado dicen mucho del país. La forma, eso lo saben los coordinadores del concurso, importa.
Sin embargo, no es lo único. Elegir la mujer más bella no es problema. Creo que todos lo hacemos a diario y es parte de lo que ponderamos a la hora de elegir novia, esposa o pareja de noche. Pero no lo es todo. La belleza, la forma, la apariencia, la cara o senos con implantes que mostramos, no puede ser lo único determinante.
Se necesita fondo.
Dice mucho de nuestra sociedad que más personas sigan la elección de Miss Universo que de la directora de UN Women, por poner un ejemplo.
Es un concurso de belleza y todo bien con eso. Yo lo disfruté. Me reí más que otra cosa, porque la mitad de los actos me parecieron absurdos, pero es comprensible por qué esto atrae más atención que un puesto político. Vivimos en una cultura de entretenimiento donde naturalmente un certamen así, con la puesta en escena que trabajan, tendrá más rating. Lo lamentable es perder esa audiencia.
“Las preguntas le dan fondo al programa”, dirán algunos. “No sea prejuicioso, esas mujeres no son tontas”. Estoy totalmente de acuerdo, no dudo que sean inteligentes. Es el formato del programa el que no les permite mostrar eso. La forma no está mal: los griegos la cultivaban con esmero, pero también trabajaban y lucían la mente.
En fin, como poco queda por hacer con el formato actual, sugiero que las candidatas a Misses usen las preguntas para posicionar una “agenda mujer”. Dos colegas costarricenses hicieron un listado de sugerencias de estas respuestas “reales”. En su artículo ellas dicen “Todo bien con que las mujeres mayores de 18 años quieran mostrar sus atributos físicos en la tele para ir a un concurso patrocinado por millonarios y ser famosas. Pero sería muy amable de su parte si lo dejaran de disfrazar de acto de caridad y de amor por el prójimo”.
Es mui fuerte
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