Chico en cuclillas con la mano sobre la cabeza, como lamentándose. — unsplash.com

No se me para, ¡que alguien me ayude!

By Diego Arguedas Ortiz on 19 septiembre, 201317 febrero, 2022

La impotencia o, mejor dicho, la dificultad para mantener la erección durante el coito, es una de las principales preocupaciones de los hombres.

Por algo existen tantas fábulas tenebrosas y ‘soluciones’ peculiares para este padecimiento.

La mitad de las películas de comedia romántica que incluyen adultos mayores (por ejemplo, aquella de Jack Nicholson y Diane Keaton) involucran algún tipo de disfunción eréctil. No, de hecho, de lo que hablan es de las soluciones a la disfunción: que la pastilla azul, que los mariscos, que el chocolate…

De pronto nos acostumbramos a vivir en una sociedad donde es muy normal decir: ‘mi abuelo toma Viagra’, pero es sumamente extraño contarle a mis amigos que el abuelo tiene disfunción eréctil. Es más fácil llegar donde el amigo y decirle que tuve que pasar a la farmacia a comprar pastillas a decirle que no se me para. Y es que, al menos para nosotros, los hombres, el asunto puede resumirse a eso: a veces no se nos para.

Si Arjona dice que el amor es el afrodisíaco perfecto, me permito el lujo de insultarlo un par de veces. No. El amor y la capacidad sexual son dos cosas que pueden ir siempre de la mano, pero también tienen orígenes diferentes.

El hecho de que se le pare o no a un hombre es una vara emocional (te excita o no), es cierto, pero también tiene una fortísima carga fisiológica. Si falla alguna de las hormonas o algún proceso, de pronto falla el departamento inferior. ¿Eso significa que no te quiere? No sé, puede que sí, puede que no, pero no necesariamente.

La impotencia o, dicho en cristiano, que no se les pare, es uno de los grandes tabúes del ser hombre. El otro es la eyaculación precoz, que después me agarro con eso, pero no hoy. La sociedad nos empuja tanto a ser el macho mega-viril-pene-de-acero que si un día algo sale mal, si una noche no logramos conseguir ese grado de solidez, se nos viene el mundo abajo. ¿Por qué?

Porque la sociedad ha creado un fetichismo paralelo: la mujer solo vale por sus tetas y su culo, el hombre, solo por su falo.

Y no, no es así. Hay mujeres sin senos enormes ni nalgas voluminosas que son tremendas, que valen por diez o 12. Y asimismo, hay hombres que sacan la casta sin tener un pene grande.

Todo este tema de hoy comenzó porque un tipo me preguntó por los mariscos y las fábulas que existen alrededor de la ‘solidificación’ del pene (que, si nos ponemos técnicos, es sumamente aburrido: llega sangre y se concentra, punto). Entonces todos estos mecanismos, comidas, chocolates, masajes… ¿no ayudan? No sé, no las he probado, puede que sí.

Tanto están equivocados los que van a las marisquerías cada sábado como quienes rechazan la utilidad de los tratamientos. A veces, no se para y puede ser tanto cosa de un día como una condición real. Como dije antes, a veces se quiere, se desea, se ama, pero el colega del piso de abajo no colabora. Entonces es vital la intervención de un médico o un profesional que sepa lo que está haciendo (por favor aleje a albañiles e ingenieras civiles de su pene, tienden a solucionarlo todo a la fuerza).

Nuestra sociedad es falocentrista.

Eso ya lo sabemos. Eso implica, en primer lugar, que la mujer, al carecer de falo, es infamemente ‘un ser inferior’ en el subconsciente que planteó Freud. Pero también, implica que los tipos que no son tan capaces de crear o sostener una erección pasan a ser de segunda. Y pensémoslo un segundo: ¿estos hombres son de segunda porque su cuerpo no logra transmitir suficiente sangre a una parte de su cuerpo como para que se sature? Qué elementales somos.

Yo no tengo todas las respuestas, o de hecho, no tengo ninguna, a los problemas de erección o disfunción. Tengo solo muchos datos que indican que pueden ser dos cosas: o psicológico o fisiológico. De todas formas, si alguien tiene un problema constante de erección, no lo hace más o menos hombre, lo hace padecer una condición médica, como si tuviera diabetes o presión alta.

¿La solución?

No se preocupe, vaya al médico y hable con él (o ella). De ahí verá si necesita una prueba psicológica o fisiológica. No es nada del otro mundo. Los hombres somos -y aquí la sociedad quiere que creamos lo contrario- muchísimo más que nuestra erección.

Si fuéramos solo un palo tieso, ya los consoladores hubieran tomado el mundo.