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Casanovas modernos
Todos conocemos a un Casanova… O lo llevamos dentro.
Desde el clásico mujeriego de antaño hasta el seductor actual virtual.
Dice el Urban Dictionary, un compendio de términos informales en la web, que se puede definir Casanova como un hombre hábil para encontrar y seducir mujeres, llevarlas a la cama y luego abandonarlas por miedo a tener una relación con ellas, para proceder a repetir el ciclo. Es decir, puede ser mucha gente.
Sucede que Casanova sí existió. Se llamaba Giacomo y vivió en Italia, principalmente en Venecia, entre 1725 y 1798. Escribió su autobiografía y también estudió derecho, un poco de ciencias, trabajó en diferentes puestos de la iglesia y del ejército local, huyó por media Europa y tuvo aventuras con cuanta mujer encontró de camino. Así vivió Casanova en el mundo de los mortales.
Pero como la definición moderna del casanova tiene campo para tanta gente, encontramos centenares de historias del Casanova del siglo XXI. La versión más moderna está en el propio barrio: nunca faltan esos seres irresistibles: el vecino que ha estado con todas y que, uno no entiende por qué siguen dándole pelota las demás. O la amiga del colegio que ha logrado que todos caigan a sus pies, pero los va desechando uno a uno.
En estos casos contemporáneos –y supongo que también en el pasado– queda un poco invisible un personaje: la víctima voluntaria. Esas mujeres que saben que casanova viene y va, que probablemente lo buscan una noche, sabiendo porque él se va a levantar corriendo y angustiado a la mañana siguiente, buscando una media debajo de la cama para poder salir al mundo libre. Si estamos con las cosas claras, todos pueden acomodarse.
Y bueno, están los casanovas que no entienden que ésto es asunto de velocidad. Que van con el asunto a cuestas, como sufriéndolo, y una o dos semanas después desaparecen. Después empiezan con otra y con el tiempo descubres que el hombre que viste abrazada a tu prima en la fiesta de tu tío, ahora está en la cena del trabajo con la chica de contabilidad.
Casanova seguirá apareciendo
Amor líquido
En una época en que todo es tan volátil, donde todo tiene que ser un tweet, el amor es un share y leemos solo las 60 primeras palabras de una nota web (son pocos los que llegaron aquí, lo sé) ser casanova es adecuar a las relaciones las normas que aplicamos al resto del mundo. Leí tu estado de Facebook, lo comenté y seguí adelante. Hablemos un día que tenga tiempo: hoy no. Pero nada realmente lo vale y lo mismo le doy ‘me gusta’ a tu post que al de otra. Es la vida en simultáneo.
Ojo, que no censuro el casanovismo (esto no existe, ¿verdad?). Yo creo que Casanova se entregaba totalmente, aunque fuera por corto tiempo, a una mujer. La pasión no debe medirse por kilómetros, sino por intensidad. Hay amores eternos que duran un mes, una semana o un día. Casanova, creo yo, aprendió la lección de vivir ese día intensamente.
En esta época de relaciones tan pasajeras, donde tantos principitos temen llorar tantas rosas, no vendría mal aprender algo de ese Casanova: un día a la vez, pero siempre con intensidad. Si por motivos ajenos a uno se le empiezan a apilar los días y se corroen las sílabas de esa palabra, ca-sa-no-va, a nadie se habrá hecho daño y será cada día tan intenso como el anterior. Y eso solo puede ser bueno… A menos, claro, que la otra persona haya estado considerando una aventura fugaz.
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